La Bayadera’, sombras y luces exóticas
Se dice, y es con toda probabilidad cierto, que La Bayadera es la real y más difícil prueba de fuego para un conjunto académico. Pocas compañías lo llevan en repertorio y son siempre las grandes: American ballet theatre [ABT], Mariinski, Bolshoi, Royal ballet de Londres y finalmente la Ópera de París, cuando puso Rudolf Nureyev (1938 – 1993) en pie su majestuosa última producción en la Sala Garnier parisiense, testamento estético que aún tendrá asegurado una larga vida en el repertorio activo y que, además, ha influido notablemente en otras versiones posteriores. La de Monterrey, sin embargo, está mucho más cerca de la que hiciera Natalia Makarova, tanto para Royal ballet como para ABT. La versión de Nureyev en realidad fue terminada por Ninel Kurgápkina, pues ya el divo de Ufá estaba en muy malas condiciones de salud, tanto que moriría apenas tres meses después del estreno en octubre de 1992. Kurgápkina había sido partenaire de Nureyev y ella conocía muy bien el afamado cuadro “blanco” tardo romántico que es el más difundido y conservado de acuerdo al original Petipa transmitido para la posteridad por Alexander Gorski, lo que habitualmente no se le reconoce.
La Bayadera tiene su raíz en una ópera-ballet de gran formato de Auber: “El dios y la bayadera” (luego hay desinencias varias y versiones de tránsito tanto en París, Londres, Viena, Moscú como en San Petersburgo), que se estrenara en la antigua magna casa parisiense en 1830, un formato ligado al belcantismo (Aída de Verdi es el otro tardío y último gran ejemplo de esto, que se publicitaba como Opera-Ballo), donde había, como mínimo, dos personajes protagónicos femeninos dándose la contrapartida escénica: en este caso Ninka y Zoloé (de donde salen las posteriores Nikiya y Gamzatti).
Se dice, y es con toda probabilidad cierto, que La Bayadera es la real y más difícil prueba de fuego para un conjunto académico. Pocas compañías lo llevan en repertorio y son siempre las grandes: American ballet theatre [ABT], Mariinski, Bolshoi, Royal ballet de Londres y finalmente la Ópera de París, cuando puso Rudolf Nureyev (1938 – 1993) en pie su majestuosa última producción en la Sala Garnier parisiense, testamento estético que aún tendrá asegurado una larga vida en el repertorio activo y que, además, ha influido notablemente en otras versiones posteriores. La de Monterrey, sin embargo, está mucho más cerca de la que hiciera Natalia Makarova, tanto para Royal ballet como para ABT. La versión de Nureyev en realidad fue terminada por Ninel Kurgápkina, pues ya el divo de Ufá estaba en muy malas condiciones de salud, tanto que moriría apenas tres meses después del estreno en octubre de 1992. Kurgápkina había sido partenaire de Nureyev y ella conocía muy bien el afamado cuadro “blanco” tardo romántico que es el más difundido y conservado de acuerdo al original Petipa transmitido para la posteridad por Alexander Gorski, lo que habitualmente no se le reconoce.
La Bayadera tiene su raíz en una ópera-ballet de gran formato de Auber: “El dios y la bayadera” (luego hay desinencias varias y versiones de tránsito tanto en París, Londres, Viena, Moscú como en San Petersburgo), que se estrenara en la antigua magna casa parisiense en 1830, un formato ligado al belcantismo (Aída de Verdi es el otro tardío y último gran ejemplo de esto, que se publicitaba como Opera-Ballo), donde había, como mínimo, dos personajes protagónicos femeninos dándose la contrapartida escénica: en este caso Ninka y Zoloé (de donde salen las posteriores Nikiya y Gamzatti).
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